Ni su poderoso cuerno pudo con el aro de caucho. Los vigilantes del Santuario del Lago Chivero, en Zimbabue, conducían el terreno cuando vieron a Mark desesperado y angustiado.
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La llanta le impedía tragar alimentos, por lo que no se trataba de una situación para reír. Los cuidadores lo sedaron y una vez liberado volvió a ser el rinoceronte bravo de antes.