Los orígenes se sitúa en la Alemania del siglo XVIII en el festival llamado ‘Kinderfest’. A los niños se les daba una tarta con dos velas, una de ellas simbolizaba la luz de la vida y la otra los años venideros. Las velas se mantenían encendidas durante todo el día, si se consumían se cambiaban por otras. Al final del día el niño las soplaba pidiendo un deseo y de este modo el humo podía llegar al cielo.
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Otra leyenda también se localiza en Alemania, concretamente en un manuscrito del siglo XVIII. Este origen tiene más semejanzas con la tradición actual puesto que se ponía una vela por cada año cumplido, más una en el centro de la tarta.
En la Antigua Grecia, se ofrecía a la Diosa Ártemis un pastel redondo, que ilustraba todos los ciclos lunares, en el que se ponían unas velas y las soplaban pidiendo un deseo para que el humo llegase hasta el cielo y la diosa pudiese hacerlo realidad.
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