Una mujer se divorció de su marido porque se hartó de su constante limpieza y prolijidad.
Durante quince años de matrimonio, la señora debió soportar un ininterrumpido aseo que incluía las tareas domésticas, el orden y el reacomodamiento de los muebles. La gota -o más bien el tsunami- que rebalsó el vaso fue la decisión del marido de derrumbar y volver a construir una pared porque estaba demasiado sucia.
En la opinión de Christian Kropp, juez de la corte de Sondershausen, "nunca vi que alguien exigiera el divorcio por un motivo como éste".